Querida ciudad, me voy a la playa.
Te dejo. Hace tiempo que no soporto tu actitud. Te has convertido en una máscara de ti misma. Tú que defendiste ser transitoria, que quisiste mutar hasta el infinito, te has vendido hoy a unos pocos que están construyendo contigo un cuerpo sin órganos, un auténtico maniquí de lo que nunca llegaste a ser; un violento dispositivo de anulación de la vida, de aniquilación de la experiencia humana. No me ha quedado más remedio que recordar tu pasado beligerante para comenzar a odiarte. Tu ansia de poder y control se convierte en tu mayor perdición.
Manuel Delgado dice que has echado a perder las últimas opciones de conciliación que se te han presentado. Según me cuenta, has renunciado a la diversificación funcional. De la renuncia a la experiencia humana ya me había dado cuenta tiempo atrás. Pero además me dice que has expulsado a ciertos ciudadanos a nuevas zonas de exclusión, que te has sometido a políticos infantiloides que te ofrecían sus nuevas re-formas simbólicas disfrazadas de arte y cultura, que has eliminado tu propia historia de los núcleos históricos para someterte a valores de consumo turístico. Manuel me ha abierto los ojos y ha sido el detonante de mi decisión.
La verdad es que hace tiempo que sentía este hartazgo. Tu manera de hablar las cosas, tu lenguaje, había dejado de interesarme. Últimamente me hablabas como esos expertos que premeditadamente abanderan procesos científicos para justificar sus métodos y esquivar a las personas. Te has dejado seducir por aquel “pensamiento espectacular” del que nos alertaba Agamben y has terminado despojándote de los ciudadanos.
Espero que esta carta te duela. Que por lo menos te haga sentir el mismo dolor que siento cuando recuerdo las largas conversaciones que mantuvimos más de una noche acerca de re-fundar la idea de una nueva naturaleza. Tú misma defendiste la lectura de un nuevo escenario sin hegemonías, hablabas de aceptar nuestro entorno como un todo y empezar a probar otro tipo de relaciones de igual a igual, ¿Te acuerdas?
He venido a la playa. Aquí no existen pieles ni asfaltos, ni siquiera he encontrado estúpidas normas de comportamiento cívico, la playa se conforma diferente cada día, por eso todos la respetamos, porque participamos de su transformación. Vuelvo a sentir la satisfacción de la experiencia continua, todo se adapta a mi alrededor en cada instante. Esto se parece ese gran laboratorio extramuros del que en algún encuentro nos habló Bruno Latour. Aquí nadie representa a nadie ni a nada, se participa en una experiencia continua. Nadie se recrea en formas ni superficies.
De ahora en adelante te seguiré desde aquí. Te seguiré observando, esta vez desde fuera.
Sólo te pido que no te acerques. Lo nuestro ha terminado. Cuando despiertes del profundo letargo al que te estás dejando someter podremos volver a intimar, quizá podamos volver a intercambiar modos de operar, eso espero. Siempre te traté de igual a igual, deseo que de una vez por todas seas capaz de mirarte desde fuera. Estoy convencido que cuando lo hagas te desinflaras como una espuma hueca. Se desvanecerá esa cargada nube de vanidad que ocupa ahora tu cuerpo. Espero que entonces vuelvas a ser dúctil, que te atrevas al cambio continuo.
Hasta entonces, no puedo despedirme más que con un amargo adiós.
N
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