El discurso entorno a la vivienda mínima no es un hecho novedoso. A lo largo de la historia, en contextos y situaciones concretas, los arquitectos han realizado ensayos con el fin de tipificar estructuras de organización mínimas que contemplen todas las funciones que debe ofrecer una vivienda.
Las Hof vienesas de principios de siglo veinte presentaron un modelo de vivienda en comunidad. La dimensión de las viviendas se redujeron entonces en pos de una mayor superficie de uso colectivo como bibliotecas, comedores, tiendas, etc.
La exposición internacional de Stuttgart de 1927 mostró también una nueva nueva inquietud en la arquitectura. La casa como máquina de habitar y la construcción de “esqueletos” para flexibilizar lo más posible la compartimentación y separar la estructura del cerramiento, fueron algunos de los puntos que dieron como resultado las Unité de LeCorbusier como grandes estructuras contenedoras de viviendas para diferentes clases sociales. El propio arquitecto las consideraba ciudades autónomas.
En cambio, y como contestación al dogma del nuevo estilo, los Smithson volvieron a centrarse en el mundo simbólico del individuo para presentar su Future House. Se proyectaba una casa vacia, sin compartimentar, donde los objetos personales y las “maquinas funcionales” de la casa conformaban el interior del hogar.
También en la segunda mitad del siglo veinte, David Greene expuso Living Pod, un habitáculo o cápsula al que se le podían ensamblar unos "cuerpos técnicos" que insinuaban un interior vacio. Un interior con una forma libre, mínima y nómada.
La recuperación de la investigación entorno a la casa, sobre todo desde los Smithson, Archigram o Fuller, hizo pensar en la organización de las viviendas alrededor de objetos vitales (tanto de la casa como del individuo) y no por número de habitaciones o metros cuadrados.
El siglo veinte muestra un amplio catálogo de desarrollos de casas nómadas tecnificadas así como muestras de vivienda colectiva. Las primeras se asociaron más a la ciencia ficción que a la realidad social, y las segundas pudieron fallar en la escala o el tamaño del colectivo al que daban cobijo.
La vivienda colectiva es un modelo de gran complejidad en cuanto a agentes involucrados y personas que afecta pero es sin duda un modelo que ofrece para sus habitantes muchas ventajas conseguidas gracias a la unión de esfuerzos, medios, etc. Es posible conseguir más por menos. Sacrificar "metros" para obtener múltiples ventajas de uso colectivo.
La reflexión debe centrarse por lo tanto en la revisión de lo transitorio, lo nómada; tanto como en la revisión de las soluciones compartidas por un colectivo. La escala, la negociación de los espacios compartidos, el uso de los mismos o incluso los límites de lo íntimo y lo compartido son algunos de los puntos a tomar en cuenta en una nueva organización de la vivienda colectiva. Para ello, muchas de las normas que pesan sobre la arquitectura actualmente deben modificarse o simplemente desaparecer.
En la feria Construmat de Barcelona del año pasado y bajo el titulo APTM se presentaron varios prototipos de "casas pequeñas" realizadas por Lacaton&Vassal, Santiago Cirugeda, Abalos&Herreros y Gustau Gili. Todas las propuestas contemplan lo colectivo y lo "pequeño intimo". Una alternativa accesible a la única tipologia de vivienda que ofrece la protección oficial. Desafortunadamente, de todo el proceso del trabajo de investigación desarrollado, los 30 metros cuadrados que cada prototipo individual mide en superficie es lo que ha generado el debate. Han quedado a un lado el volumen, la calidad espacial y los espacios colectivos, la accesibilidad, etc.
Este experimento de negociación de lo individual y lo colectivo y su escala dentro de la ciudad es lo que hace un par de años trató de analizar el grupo de Labitaciones en arteleku. Desde foros y lugares de origen diferente se insiste en la idea de recuperar la reflexión sobre la vivienda mínima siempre y cuando venga apoyada por un análisis de usos colectivos o compartidos. Pueden convertirse en herramientas para lograr una mayor oferta en tipos, organizaciones, políticas y costos de la vivienda. Todas las variables de esta ecuación tienen que ser descifradas para describir sistemas objetivos que consigan superar simples debates recientes o históricas sentencias como las que W.Benjamin dejó:
“La forma primordial de toda morada es la existencia no en la casa sino en el estuche. El siglo XIX, más que ningún otro, tuvo la pasión del hogar. Concibió el hogar como el estuche de los seres humanos y los encerró en él con todos sus aditamentos y tan profundamente que se podía comparar con el interior de un estuche de compás en que el instrumento, con todas sus piezas de repuesto, va alojado en cavidades profundas, la mayoría de las veces de terciopelo púrpura (...). El Jugendstil hizo añicos el estuche. Hoy ha desaparecido y la morada se ha reducido: para los vivos a la habitación de un hotel; para los muertos, al crematorio.”
Las Hof vienesas de principios de siglo veinte presentaron un modelo de vivienda en comunidad. La dimensión de las viviendas se redujeron entonces en pos de una mayor superficie de uso colectivo como bibliotecas, comedores, tiendas, etc.
La exposición internacional de Stuttgart de 1927 mostró también una nueva nueva inquietud en la arquitectura. La casa como máquina de habitar y la construcción de “esqueletos” para flexibilizar lo más posible la compartimentación y separar la estructura del cerramiento, fueron algunos de los puntos que dieron como resultado las Unité de LeCorbusier como grandes estructuras contenedoras de viviendas para diferentes clases sociales. El propio arquitecto las consideraba ciudades autónomas.
En cambio, y como contestación al dogma del nuevo estilo, los Smithson volvieron a centrarse en el mundo simbólico del individuo para presentar su Future House. Se proyectaba una casa vacia, sin compartimentar, donde los objetos personales y las “maquinas funcionales” de la casa conformaban el interior del hogar.
También en la segunda mitad del siglo veinte, David Greene expuso Living Pod, un habitáculo o cápsula al que se le podían ensamblar unos "cuerpos técnicos" que insinuaban un interior vacio. Un interior con una forma libre, mínima y nómada.
La recuperación de la investigación entorno a la casa, sobre todo desde los Smithson, Archigram o Fuller, hizo pensar en la organización de las viviendas alrededor de objetos vitales (tanto de la casa como del individuo) y no por número de habitaciones o metros cuadrados.
El siglo veinte muestra un amplio catálogo de desarrollos de casas nómadas tecnificadas así como muestras de vivienda colectiva. Las primeras se asociaron más a la ciencia ficción que a la realidad social, y las segundas pudieron fallar en la escala o el tamaño del colectivo al que daban cobijo.
La vivienda colectiva es un modelo de gran complejidad en cuanto a agentes involucrados y personas que afecta pero es sin duda un modelo que ofrece para sus habitantes muchas ventajas conseguidas gracias a la unión de esfuerzos, medios, etc. Es posible conseguir más por menos. Sacrificar "metros" para obtener múltiples ventajas de uso colectivo.
La reflexión debe centrarse por lo tanto en la revisión de lo transitorio, lo nómada; tanto como en la revisión de las soluciones compartidas por un colectivo. La escala, la negociación de los espacios compartidos, el uso de los mismos o incluso los límites de lo íntimo y lo compartido son algunos de los puntos a tomar en cuenta en una nueva organización de la vivienda colectiva. Para ello, muchas de las normas que pesan sobre la arquitectura actualmente deben modificarse o simplemente desaparecer.
En la feria Construmat de Barcelona del año pasado y bajo el titulo APTM se presentaron varios prototipos de "casas pequeñas" realizadas por Lacaton&Vassal, Santiago Cirugeda, Abalos&Herreros y Gustau Gili. Todas las propuestas contemplan lo colectivo y lo "pequeño intimo". Una alternativa accesible a la única tipologia de vivienda que ofrece la protección oficial. Desafortunadamente, de todo el proceso del trabajo de investigación desarrollado, los 30 metros cuadrados que cada prototipo individual mide en superficie es lo que ha generado el debate. Han quedado a un lado el volumen, la calidad espacial y los espacios colectivos, la accesibilidad, etc.
Este experimento de negociación de lo individual y lo colectivo y su escala dentro de la ciudad es lo que hace un par de años trató de analizar el grupo de Labitaciones en arteleku. Desde foros y lugares de origen diferente se insiste en la idea de recuperar la reflexión sobre la vivienda mínima siempre y cuando venga apoyada por un análisis de usos colectivos o compartidos. Pueden convertirse en herramientas para lograr una mayor oferta en tipos, organizaciones, políticas y costos de la vivienda. Todas las variables de esta ecuación tienen que ser descifradas para describir sistemas objetivos que consigan superar simples debates recientes o históricas sentencias como las que W.Benjamin dejó:
“La forma primordial de toda morada es la existencia no en la casa sino en el estuche. El siglo XIX, más que ningún otro, tuvo la pasión del hogar. Concibió el hogar como el estuche de los seres humanos y los encerró en él con todos sus aditamentos y tan profundamente que se podía comparar con el interior de un estuche de compás en que el instrumento, con todas sus piezas de repuesto, va alojado en cavidades profundas, la mayoría de las veces de terciopelo púrpura (...). El Jugendstil hizo añicos el estuche. Hoy ha desaparecido y la morada se ha reducido: para los vivos a la habitación de un hotel; para los muertos, al crematorio.”
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