En el post anterior aludíamos a la relación que existe entre la acción de “urbanizar” y el progresivo “endurecimiento” de nuestras ciudades. Es una relación directa que ha creado un imaginario colectivo a la hora de valorar el grado de desarrollo de diferentes comunidades. Todavía nos sorprendemos cuando en otros territorios y otros contextos encontramos calles sin “urbanizar”; cuando los soportes de calles y espacios públicos no han sufrido proceso alguno de “endurecimiento civilizador”.
A principios del siglo XIX el asfalto se utilizó para cubrir aceras y caminos peatonales. Donde antes existía tierra o grava, éste se sustituía por un material que permitía que los zapatos y las gabardinas de los transeúntes llegaran brillantes a sus casas.
Hoy el asfalto se asocia a la velocidad y a los tránsitos rápidos. Mirko Zardini en 2003 realizó una exposición titulada "Asfalto. Il carattere della città" donde revisaba este material como promotor de las nuevas ciudades que vivimos. Recordaba sus primeras apariciones y revalorizaba su ya denostada imagen desarrolista.
El momento en que vivimos en cambio, sufre una constante revisión desde el punto de vista energético. El asfalto y otros “materiales urbanizadores” generan bolsas de calor que elevan las temperaturas de los entornos urbanos en varios grados. Además las capas de impermeabilización y pavimentación de calles y plazas generan “ciudades piscina” por donde el agua superficial corre, lava impurezas, grasas y demás desperdicios para re-dirigirlos a los sistemas fluviales naturales.
Las empresas que producen asfaltos, hormigones y otros materiales con los que cubrimos los suelos de nuestras calles han entrado en una carrera de eco-transformación de sus productos. Hormigones permeables, asfaltos ecológicos etc. Son noticias que alivian en cierto grado el proceso de impermeabilización del espacio colectivo pero no tienen en cuenta otras posibles vías de “hacer urbano” nuestro entorno.
Hoy mismo se publica en el blog de Laciudadviva un artículo escrito por Ramiro Aznar donde habla de la evolución urbana como consecuencia de procesos contingentes (un suceso contingente es lo que podría no haber tenido lugar y por el contrario un hecho necesario no podría no haber sucedido tal como sucedió). La contingencia asociada a la idea de urbanizar sería contraría a “endurecer” nuestras calles y plazas. Los soportes de espacio público deberían tratarse como sistemas lo más abiertos posibles y capaces de asumir ambigüedades, contradicciones, las múltiples formas de uso y por supuesto la contingencia.
Hablaríamos de instalar sistemas que hacen un lugar urbano. Sistemas que alteren mínimamente estados originales y sistemas biológicos existentes para generar compatibilidades, sumas y convivencia con lo no-humano.
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